domingo, 9 de octubre de 2011

Algunos "hola" y "adiós"

Hace poco leía un post, compartido por Silencio, donde se habla de los vikingos y de cómo utilizaban el miedo, junto a la curiosidad, como una fuente de energía para entregarse a lo desconocido. A su vez, el post concluye que el miedo surge como una consecuencia de los valores de individualidad y que es la sensación de compañía o de comunidad la que realza el coraje del espíritu humano.

Bien. Antes de seguir necesito advertir (siguiendo una propuesta de Lucio Blazz) que no quiero dedicar media tarde a este post, asegurándome de que lo que escribo tenga tal o cual coherencia, por lo que pueden haber muchos errores de muchos tipos y que el que no los soporte puede dejar de leer aquí.

Creo que hay mucho de cierto en algunas de las cosas que se dice en el post aquel sobre el miedo y la individualidad. ¿De dónde sale el temor hacia el otro? Como si el otro estuviera dispuesto y hasta quisiera hacernos algún daño. Como si fuésemos tan ridículamente monstruosos que significaríamos, en cualquier encuentro con un otro desconocido, un inmediato motivo de risa. Bien, acá un psicosis mía.

Pero una serie de eventos recientes me han demostrado justamente lo contrario: la mayoría de la gente está tan dispuesta como uno en conocer o al menos charlar con un desconocido. Si bien las miradas en la calle son igual de frías en, quizá, todas las ciudades del mundo, casi todas esas miradas se descongelan con un simple "hola", y lo que era una mirada distante y a su vez curiosa, una súplica equivalente a la de uno, sonríe y se convierte en una persona real, una persona tan persona como nosotros. Y eso con todo el mundo. Habría que fundar una escuela del "hola"... ¿Cómo es posible que nos miremos sin saludarnos?

Quizá es cierto que los/las uruguayos/as son especialistas en imaginar al asesino serial dentro del otro, y si me está diciendo "hola" es porque o me quiere cojer, o me quiere robar. Doblemente necesario se hace el "hola".

Pero ahora tengo que agregar la otra cara de este asunto. Detrás de este mundo feliz de los "holas", donde todo el tiempo conocemos gente nueva y compartimos algunas cuadras con desconocidos con quienes charlamos simpáticamente, se esconde un deseo, una fantasía, o al menos una posibilidad de enamorarse y de vivir una aventura -en un sentido amplísimo-. Con cada uno de esos encuentros partimos de cero. La persona que saludamos no sabe nada de nosotros, a sus ojos somos a partir de ese "hola". Hay una frescura ahí, que esconde un peligro y una tentación. Si vamos por la vida diciendo "hola" a todo el mundo con quien cruzamos una mirada curiosa nos estaríamos exponiendo a demasiado capaz; el pequeño asesino serial que llevamos dentro estaría siempre demasiado tentado a despertar. La vida real, rutinaria, en la que los días se suceden casi idénticos, empezaría a ser insuficiente sin el constante peligro de un nuevo otro, una nueva aventura secreta, una nueva oportunidad de ser desde cero. ¿Cómo se llega a casa, a los nuestros de siempre, después de haber navegado por un cosmos de oportunidades misteriosas, ardientes, secretas? 

A estas emociones son las que tememos capaz. En el fondo todos somos convervadores y el miedo es una emoción conservadora.

Y ahora me viene a la cabeza un tercer matiz. Bien, para superar el miedo es necesario romper el individualismo, quebrar la barrera con el otro y entregarse (con el peligro de lo recién dicho) a la curiosidad y la aventura. Pero también se trata de poder entregarse a lo conocido, y descubrir la aventura y el misterio que allí también puede esconderse. El primer cuento de 'Cronopios y famas' habla de eso. Y entonces ahora todo se me pone confuso.

Porque mientras algunas personas bien conocidas son todavía un misterio (aunque a veces ese misterio puede escapársenos, y extrañemos la aventura de lo desconocido y el arrancar desde cero, algo real nos aferra y renace siempre) hay a su vez personas que es necesario dejar atrás, que son diferentes o se volvieron diferentes, y con quienes el "hola" no alcanza para flanquear la distancia. Ni el "hola", ni cinco horas de charla. Nada. Nuestras esferas no se cruzan, "adiós".

Y si sigo pensando ahora mismo se me ocurren cientos de complicaciones a esta lógica. Y todo se complica más cuando esa persona a la cual con esfuerzo o convicción le dijimos "adiós", reaparece como un chiste de los dioses en nuestros sueños. Ta bien, ta bien, ya sé. No voy a catalogar las formas del relacionamiento humano. Pero lo que quiero decir es que la soledad es una sensación terrible que a veces el estar acompañado no hace más que remarcarla -por la distancia infranqueable con ese otro a quien deberíamos decir "adiós"-, y entonces aumenta el dolor... y el miedo... y no todo es tan fácil como el post de los vikingos.

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