jueves, 21 de abril de 2011

La verdad

Primero que nada, no sé por qué me pongo a escribir de esto. Sé que tenía ganas (o necesidad) de escribir acá y que esto fue lo que me vino a la cabeza. Está relacionado con cosas que me están pasando, pero me las reservo para ir de lleno a la cosa.

Hace unos años pensaba que los humanos podíamos acercarnos a una serie de Verdades (sí, con mayúscula). Pensaba que a lo largo de la vida podíamos concluir 10 o 15 Verdades absolutas e irrebatibles. Pensaba en cosas como: nadie tiene derecho a quitarle la vida a alguien porque sí; o la vida no tiene un sentido, y su sentido es justamente ese, la libertad de elegir el sentido de la propia vida. Capaz que sigo creyendo en esas cosas, ojo, pero no me preocupo tanto por si son Verdades o qué son. Aquello era un síntoma salado de mi obsesivo intento por controlarlo y entenderlo todo. Y de mi racionalismo. Yo no creía en el espíritu, tengo todo ese asunto expuesto en mi diario personal: "nada de espíritu, mente y cuerpo que se pudre".

Ahora, sí creo que existe una verdad, siempre desconocida y siempre parcial (porque nunca se la logra ver del todo). Creo que los sueños son parte de esa verdad. Y muchas cosas más. Hace poco le comenté a un amigo que vi unos videos que yo filmé de mí mismo en el salón de clase de 5to y 6to de liceo y que me dolía de verlos, que sentía verguenza (por la manera de filmar y por la manera de actuar). Me dijo que ahí estaba la verdad y le entendí (parcialmente). La verdad, aunque se la vea parcialmente, siempre incomoda.

Hace algunos años, cuando mi obsesión por llamar la atención era mucho más fuerte, me subí a un ómnibus con otro amigo y una mujer a mi costado me empujó para quedarse con un lugar. Yo empecé a hablarle a mi amigo sobre la actitud de la mujer (lo que se dice "en tercera persona") justo detrás de ella. Pero no me contenté con remarcarle que era una desubicada, que sólo tenía que pedir permiso y que no me hubiese resistido a darle el asiento, sino que seguí "gastándola" y después casi que insultándola, cuando ella empezó a responderme. Compartí miradas que yo creí de complicidad con el guarda, un tipo joven, y empecé a levantar el tono... Me creí un gran show. Para cuando estaba por bajarme, un señor gordo, de unos 50 años y que evidentemente volvía cansado de laburar me dijo: "¡Pero dejate de joder, pibe!", saturado de mí. Yo reaccioné también hacia él diciéndole "¡Usted no entiende nada!", o algo así, mientras me bajaba. Cada vez que lo recuerdo me pasa algo: o me rasco el ojo, giro la cabeza hacia un costado sin ninguna razón, me muerdo piel seca de las uñas, o simplemente sacudo mi cuerpo, como en un estremecimiento. Mi recuerdo de aquel suceso, me parece, está lleno de verdad.

Puedo escribir de ese suceso porque lo recordé hoy, en un ómnibus y noté mi reacción. Pero hay muchos más de esos, que si quiero recordar ahora (cosa que intenté) no puedo. Porque son parte de la verdad más terrible de mí mismo y evidentemente yo no quiero verla. El único escrachado allí soy yo. De enfrentarse en serio a eso salen varias de las cosas que valen la pena, creo.


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