En Buenos Aires, después del BAFICI, se estrenó El hombre que podia recordar sus vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul, en 5 salas comerciales. La crítica porteña se mostró a favor de la película y la fueron a ver la nada despreciable suma de 4.000 espectadores. En este artículo de La Otra se narran algunas consecuencias y las trasciende para exponer algunas interesantes ideas sobre cine y (cierto) público de hoy día.
Las discusiones giran en torno al "deber ser" del cine y entran a jugar consideraciones tales como si una película tiene que ser narrativa, si tiene que tener "un guión como debe ser", etc. Curiosamente los que se refugian en esas certezas sobre lo que el cine debe ser son los que dicen ser simples espectadores; o sea, se jactan de un saber lo que debe ser el cine pero atacan a los defensores de la película tildándolos de "hablar desde un saber". Pero el arte no tiene nada que ver con el saber. Para eso están los noticieros y los manuales de estudio. La historia del arte está plagada de esos desfasajes entre el "espectador medio" y los artistas innovadores. David Griffith, que hoy sería algo así como el paradigma de la forma más clásica de narrar, despertó risas y desconcierto cuando inventó el plano americano, para que en los westerns se pudiera encuadrar a los cowboys y que se vieran las cartucheras de sus revólveres. El "espectador medio" se burlaba porque creía que los actores tenían las piernas cortadas.
Y eso se repite a lo largo de la historia del arte: Van Gogh o Cezanne fueron repudiados por los reaccionarios que decían, atrincherados en criterios académicos, que Van Gogh y Cezanne no sabían dibujar o pintaba mal, Miles Davis fue criticado porque tocaba pocas notas en su trompeta, Thelonius Monk porque descalabraba el ritmo y la armonía del piano jazzístico. El "espectador medio" solo se tranquiliza cuando puede refugiarse en códigos reconocibles, "reconocer" lo que ya cree saber, evitar obstáculos. Esto es un verdadero círculo vicioso, porque esa noción conservadora del cine está alimentada por miles de horas de narraciones rutinarias consumidas en televisión. Y algunas audacias narrativas que se podía permitir Hitchcock en los 50 hoy serían repudiadas, si no fuera que Hitchcock ya está canonizado, lo mismo que Van Gogh o Miles Davis. Entonces el "espectador medio" (lo pongo entre comillas porque cuestiono el uso vicario que se hace de esa categoría) se escandaliza ante le menor desvío. El que se escandaliza en realidad no es el espectador medio, sino el consumidor estragado.
Apichatpong ya hizo varios largos, la mayoría de ellos extraordinarios (yo creo que es el cineasta del siglo xxi por antonomasia), y en cualquiera de ellos hay momentos de desvío de la previsibilidad de lo que debe ser una película. Si ahora se arma este petit-debate es porque llegó a las salas comerciales y los críticos de los grandes medios se acoplaron a la tendencia general de celebrar a la película (porque lo merece). Es interesante notar que el lector de los grandes medios, ese que se ubica en la posición del consumidor de entretenimientos y se queja cuando no entiende una película (como se quejaría si le sirvieran una mosca en la sopa), reacciona frente a la película y a las críticas elogiosas como un consumidor estafado: "¡devuélvanme la guita!".
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