miércoles, 30 de mayo de 2012

Buena Televisión

Hace tiempo que quiero escribir sobre esto.


Un precio a Pagar

Saben que me colgué sobremanera con Fringe y que me parece una maravilla. Igual, mientras avanzaba en sus temporadas se me fue formulando la idea de que hay un precio a pagar por ver buena televisión. Fringe, en sus 24 entregas por temporada, tiene capítulos muy mediocres, de relleno, o puramente informativos. Inclusive dentro de cada capítulo (hasta de los mejores) cae en momentos repetitivos, insípidos, y hasta patéticos, culpa quizá del apuro en los ritmos televisivos, o por la falta de inspiración del guionista o director de turno.

El chiste repetido mil y una vez de Walter comiendo o queriendo comer frente a cuerpos abiertos, pedazos de cerebro, etc., es un ejemplo de estos altibajos. Algunas veces tiene gracia, está bien hecho y hasta bien aprovechada la complicidad con el espectador (que sabe que uno de estos chistes sale en cada capítulo); pero otras, cuando llega la escena del chiste, uno siente que toda la atmósfera de la escena anterior (tantas veces endiabladamente buenas) se fue al carajo. Lo mismo ocurre con el product placement de celulares, autos, etc. Son "saca-pegues".

Pero es un precio que uno paga contento porque sabe -acorde lo que sucedió hasta ahora- que algo más poderoso, verdadero, revelador y terrorífico, espera más adelante.

Ahora estoy con Breaking Bad (3ra Temporada). El precio se sigue teniendo que pagar, porque hay capítulos que están más o menos. Pero algo muy valioso que reconocerle: un buen capítulo de Breaking Bad es una obra muchísimo más acabada, lubricada, y perfecta que uno bueno de Fringe (que casi siempre tiene altibajos). El final de la segunda temporada en Breaking Bad es arrollador y, más allá de cualquier justificación, confieso que B.B me gusta más.


Más que una Historia

No vale la pena que me ponga a delirar en este post sobre qué tan profundo puede hincar el diente una película o cualquier obra audiovisual. Algunos amigos me han reprochado esta manera rigurosa de apreciar los audiovisuales. Porque a mi ver, mientras una serie (película, videoclip, o lo que sea) cuenta la historia que cuenta, un entramado infinito de cosas se pueden empezar a entrecruzar entre las imágenes y la cabeza del espectador.

De esta modo Fringe es, además de la historia de una oficina del F.B.I encargada de casos "inexplicables", un retrato de la fragmentación del poder, de la locura, de las pasiones humanas al límite. Breaking Bad (la historia de un profesor de química que para financiarse el tratamiento de cáncer comienza a manufacturar metanfetaminas) es también el retrato del lonely place masculino, el deschave de un sociedad que se sostiene en la hipocresía, un sacudón a los límites de la "buen moral" norteamericana, el choque cultural que representa la frontera con México, o el peso de la acción humana en la realidad. Y más, mucho más.

Más que el Cine

No es nueva la idea de que la televisión está haciendo cosas que el cine no se anima a hacer. Estas dos series son, de lejos, prueba de esa hipótesis. Si buscásemos equivalentes a nivel de historia para estas dos series en el cine de hoy podríamos nombrar, para Fringe, la boluda adaptación de P.K.Dick, 'The Adjustment Boreau', que copia a mansalva de Fringe, salvo en todo lo que tiene que ver con construcción de intriga, misterio, revelaciones terroríficas. Viendo 'The Adjustment Boreau' uno puede sentir que está ante una joda de Tinelli echa con 50 millones de dólares. Otro ejemplo es la adolescente 'Source Code', prima hermana de 'El Efecto Mariposa'. El terror orquestado de Fringe no se ve en el cine norteamericano de hoy en día, con la posible excepción de algunos momentos de 'Super-8' (sobre todo la secuencia del tren), dirigida por J.J. Abrams, uno de los creadores de Fringe.


Breaking Bad podría emparentarse con 'Noise', aquella mala copia de la ya pobretona 'Falling Down', aunque sería caprichoso, porque en estas los personajes estallan por saturación y no por necesidad. Calza mejor 'John Q', 'Fuera de Control' o 'Días de Ira', que caían todas en los tics moralistas y el desenlace conservador que Breaking Bad elude a rajatabla. Porque en esta serie la cuestión del sistema sanitario norteamericano (o judicial, en el caso de las dos últimas películas) es la excusa para disparar algo mucho más grande que una denuncia específica: se trata de una puerta al infierno que subyace bajo la aparente estabilidad de una sociedad represora y reprimida, y también al poder infernal que palpita bajo el rostro apacible de un profesor de química bonachón.



Después, una serie permite cosas que ya el cine ni podría plantearse. Cinco temporadas de una serie representan 5 años en la vida de sus actores. En el caso tanto de Fringe como de Breaking Bad hay dos personajes jóvenes que atraviesan un proceso de cambio y maduración, que se refleja tanto en el personaje como en el encare propio del actor. Es el caso de Joshua Jackson (Peter Bishop, en Fringe) y de Aaron Paul (Jesse Pinkman, en B.B). Jackson empezó representando un personaje engreído, con la autoestima por el cielo y desprendido de todo vínculo. La actitud del personaje estaba más o menos reforzada por la "dureza" del actor, incapaz de interpretar procesos emocionales sin desentonar con el resto del elenco. Aaron Paul, en el principio de Breaking Bad, interpreta a un adolescente tardío, drogadicto, caprichoso, mantenido, y muy pelotudo. Su intranquilidad y nerviosismo se refuerza con su sobre-actuación, su gestualidad exagerada.

En ambas series, una línea narrativa consiste en el proceso de maduración de estos personajes jóvenes. Peter, en un planteo con el que varios semiólogos psicoanalíticos se deben masturbar, logra perdonar a su padre, asume su verdadera identidad, descubre el amor y se enfrenta a su destino. Jesse se independiza de sus padres, también descubre el amor (con menos suerte que Peter), deja las drogas y asume su papel maduro en el negocio que le compete. Estos cambios en los personajes, para que sean "reales", obligaban una maduración en la interpretación de los actores. En ambos casos esta transformación parece lograrse por medio de un juego con el protagonismo los personajes. Capítulos que operan como rituales para el actor, donde se rompen los límites de sus interpretaciones y se los lleva a un nuevo lugar.


En Fringe hay un capítulo crucial para esta transformación: What Lies Below. Se trata del caso sobre un virus que se hospeda en las personas, apoderándose de su personalidad y, por lo tanto, de la capacidad para disimular el contagio (un poco el mismo planteo que 'La Cosa'). Sucede que Peter se contagia y en su transformación se abre una brecha en la interpretación de Jackson que no se había visto hasta ese momento: el personaje cerebral y maquiavélico se vuelve físico, su gesto infantil se vuelve diabólico. El desafío llevó al actor a un nuevo lugar, como si hubiese ido y vuelto del infierno. Hacia el final de esa misma temporada, ya consciente el personaje de su verdadera identidad, Peter daba un paso crucial: en el capítulo Northwest Passage se alejaba de su padre y se enfrentaba por su cuenta (con la ayuda de una adorable sheriff de pueblo) a un evento fringe. El lugar que ocupa Walter en la serie lo ocupaba Peter en este capítulo, activándose uno de los ejes temáticos de toda la serie: el lugar del hijo en relación al padre, el llamado a superarlo en sus fallas, la necesidad de desprenderse de su protección. 'Na einai kalitero anthropo apo ton patera tou' (Sé un mejor hombre que tu padre), es una frase que reaparece a lo largo de toda la serie. De esta separación (y de esta temporada) Peter, y la capacidad de Joshua Jackson, salen completamente transformados.


El caso de Jesse, en Breaking Bad, es igual de contundente. En el capítulo Down, los padres lo echan de la casa de la tía (que él consideraba suya) y, después de una larga serie de infortunios, va a terminar llorando en el piso de la furgoneta donde cocinan meta, empapado en el líquido azul de un baño químico, acurrucado y con la máscara respiratoria puesta. Lo que se le cae arriba a Jesse es lo sólo que está. Cuando al día siguiente Walter le escupa toda su incompetencia en la cara, Jesse se descarga con él, al punto de que casi lo mata. El capítulo, como con Peter, funciona como una especie de ritual para el actor, que en la piel del personaje se enfrente a un desafío interpretativo que lo lleva a un nuevo lugar. Esta transformación alcanza el punto más alto en Jesse cuando en el capítulo ABQ, el último de la segunda temporada, tiene que asumir la pérdida de la mujer de la que se había enamorado. En lugar de apelar a una cosa sobria, Jesse se enfrenta al hecho con un lamento profundo, como un niño horrorizado, enterrándose en una depresión que va a demorar varios episodios en irse. Al final de este proceso, buena parte de la representación del personaje va a haber cambiado contundentemente.

Y ta. Eso.

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