Perdidos por
gusto entre colinas con parques,
en tardes dulces
de bocatta y vino,
entre ramas
quebradas y piedras,
bajo los árboles,
me contaste el
secreto de tu ánimo,
de fantasías
imposibles,
de sueños
mojados,
de compañías
secretas
y silencios
culpables.
El diablo nos
miró de frente
y pretendimos
reírnos en su cara,
domarlo,
quererlo.
Nunca aceptamos
las tiernas reglas
de nuestros
temperamentos.
Nunca nos miramos
a los ojos
y sentimos esa
permanencia sin tiempo,
juntos.
Alguien siempre
se reía detrás.
¡Era el tiempo de
lo irrevocable,
de la muerte,
de lo que muy
adentro,
cada uno,
llamábamos: El
Mal!
Y temíamos.
Ahora, entre los
restos de tus cartas
y nuestros gestos
detenidos en fotos,
aparecen escenas congeladas
de palabras
indecibles.
¡Palabras que no dirás
jamás!
Porque nunca dijiste.
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