martes, 14 de agosto de 2012

Más que Humano

El deslumbrante canto de un pájaro traspasó las hojas. Evelyn sintió una picazón en los ojos, y un misterio nubló el bosque. Algo se estiró en su regazo. Bajó la vista y en ese momento las manos comenzaron a moverse, una sobre otra, sacándose los guantes; y luego ya desnudas, se elevaron hasta el cuello, pero no para esconder algo, sino para participar en algo. Evelyn inclinó la cabeza, y las manos, uniéndose con alegría bajo el severo orden del cabello, dejaron caer las cuatro horquillas y abrieron el alto cuello de la blusa. El aire encantado se precipitó sobre la piel con un grito silencioso. Evelyn respiró hondamente, como después de un carrera. Alargó la mano, desmañada y vacilante, y acarició lentamente las hierbas, como si ese acto pudiera aliviarla de aquel indecible y confuso deleite. No sucedió así, y Evelyn se volvió, y tendiéndose boca abajo sobre el lecho de hierbabuena temprana, se echó a llorar. La primavera era demasiado hermosa.
El idiota estaba en el bosque, examinando torpemente la corteza de un roble muerto, cuando de pronto algo ocurrió. Dejó de mover las manos y alzó la cabeza alerta y vigilante. Sentía las urgencias de la primavera, como un animal, y quizá algo más que como un animal. Pero de pronto la primavera no fue sólo un aire denso y esperanzado y una animada resurrección de la tierra. La presión de una mano sobre su hombro no hubiera sido más real que aquel llamado. 

- Más que Humano (1953), de Theodore Sturgeon.

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